Hay una lucha entre tecnologías que pretenden cambiar la forma en que percibimos el entretenimiento. Atrás queda el espectador pasivo que ve la televisión o el cine, el presente nos promete experiencias cada vez más inmersivas e interactivas.
El comienzo de todo empezó con el 3D aplicado al cine y la televisión que intentaba cambiar el punto de vista del espectador y meterlo dentro del espacio. Películas como “Avatar” o “La Historia de Pi” consiguieron transmitir esas sensaciones.
Una tecnología que existía previamente a su explotación comercial pero que quedaba relegada a cine-espectáculos como los que había en IMAX o en parques temáticos como Disney World. El entretenimiento 3D no cumplió las expectativas y ha dejado espacio a nuevas posibilidades.
El siguiente paso, la Realidad Virtual no sólo quiere meternos dentro del entorno imaginado, sino que interactuemos con él. Responde a nuestros movimientos e incluso podemos interaccionar con el mundo imaginado.
Tiene un gran obstáculo que no permite su aplicación en diversos ámbitos de la vida. Aísla por completo al espectador, relegando su uso a actividades de entretenimiento puntuales o a experiencias inmersivas orientadas a venta de artículos específicos. Otra barrera a su aceptación masiva es el elevado precio de los ordenadores y gafas necesarios para vivir realmente una experiencia de Realidad Virtual. Como requieren los sistemas de Oculus y HTC, ya que las soluciones Android no ofrecen una experiencia completa.
Otro sistema que actualmente está pegando fuerte es el de la Realidad Aumentada, sobre todo en entornos de educación y videojuegos interactivos infantiles. Ayudan a entender mejor conceptos complejos y motivan al permitir interactuar con el objeto.
Requieren dispositivos móviles o tablets, aparatos económicos y accesibles para el consumidor medio. Es un intento de conectar el nuevo mundo imaginado con el real, pero al ser obligatoriamente a través de una pantalla reduce el impacto de la experiencia.
Una mezcla entre la Realidad Virtual y la Realidad Aumentada son las gafas Hololens de Microsoft. Proyectan objetos 3D sobre el cristal, interactuando e integrándose con el entorno real que vemos. Para conseguirlo hacen un escaneo a tiempo real del espacio en el que se encuentra el sujeto.
Actualmente su diseño aparatoso y elevado precio, 3.000 $ para desarrolladores y 5.000 $ para cliente final, hace esta tecnología inalcanzable al consumidor medio. Pero si analizamos con perspectiva, al no aislar por completo al espectador, puede llegar a tener grandes aplicaciones en ámbitos como el entretenimiento y la enseñanza. Sobre todo puede, ser la gran revolución en entornos de trabajo que requieren procesos complejos. Imaginaros las posibilidades que ofrecen en arquitectura, diseño industrial o creativo, comunicaciones… ¿Llegarán a sustituir a las pantallas en entornos laborales?
La Holovisión existe desde hace años pero hasta ahora no ha presentado prototipos para el consumo. Proyectos como las Hololámparas pretenden introducir hologramas en nuestra casa con los que podremos interactuar. Por el momento son experimentales, no se comercializan y la calidad que ofrecen es escasa. Pero si evolucionan es algo que puede eclosionar y cambiar por completo la forma que entendemos de interactuar con entornos virtuales. Bien desarrollada tiene todas las aplicaciones posibles, desde el entretenimiento hasta el trabajo. Imagina poder comunicarte con un familiar y ver su figura en el salón. Es algo que la ciencia ficción ha plasmado muchas veces y puede estar más cerca de lo que creíamos.
El futuro de integrar e interactuar con espacios virtuales está muy cerca. Nos toca esperar para saber cuál será la tecnología que invadirá nuestro día a día. Puede que dentro de poco nuestro concepto de trabajar, entretenernos, comunicarnos… etc cambie por completo. Una nueva revolución está por llegar.
